Dicen que hace ya muchos años, muchos más de lo que imaginas, el ejército romano de Julio César, tras meses de navegación, arribó a una tierra que denominó Brigantium. No tuvo que hacer demasiado para conquistar aquel asentamiento celta y construir un puerto, ya que en palabras de Dio Casio “los atemorizó y los sometió por el rugido de la navegación, ya que nunca habían visto una escuadra”.
El Fuenla lo tenía todo al comienzo de esta temporada para haber pasado de la cancha del Fernando Martín a otro tipo de campo, mucho más santo. Tras años de travesía por el desierto, este equipo disfrazado de extra de The Walking Dead, había pasado de ser la chispa de la ACB a esa Coca-Cola que no recuerdas haber dejado abierta en la puerta de la nevera.
Con un trabajo ejemplar del servicio administrativo y judicial del club, en apenas siete años, en nuestras humildes instalaciones se habían presentado ya en ofrenda a algún tipo de D10s de la rescisiones contractuales (¿Florentino?) 18 orejas y nueve rabos. Quizás en un claro homenaje a nuestro vecino ilustre José Pedro Prados.
El club, escudado en la siempre fatal estrategia bíblica de “el que no está conmigo está en mi contra”, había conseguido, en su huida hacia delante, que la anteriormente conocida como la irreductible aldea de Toledo, ahora se hubiera dividido como los seguidores de Lost al ver a Jack despertarse de nuevo sobre la arena. Y lo que es peor, había abierto las puertas del pabellón de par en par al enfado, la impaciencia, el bochorno y la vergüenza.
Este verano, las cosas se habían hecho más rápidamente que de costumbre. Seguramente, motivadas por esa picardía que ya demostraba Ferrán (nos sigue molando tu pelo) en la pista, sabedor del estío tan complicado que íbamos a tener por delante, partido de tenis con nuestra plaza en ACB incluido en el precio del abono.
Se había confeccionado una plantilla humilde, como nosotros, repleta de desconocidos, como nosotros, pero con ganas de dejarse el alma por el equipo, como nosotros. Una identificación que rápidamente se demostró desde los primeros partidos, donde nos fuimos convirtiendo en un equipo de gladiadores y soldados a sueldo, que parecían sacados de un anuncio de gallinas ponedoras.
Ahora nos encontramos a las puertas de Brigantium (La Coruña para los de la LOGSE, LA LOMCE o similares), comandados también por nuestro J.C. particular, después de haber navegado durante años por las aguas del hastío. Ya divisamos el faro, a Breogán y a nuestro puerto. Ahora sólo falta que nos disfracemos una jornada más de Hércules y acabemos con nuestro Gerión particular. Sólo falta que nos volvamos a convertir, un domingo más, en la escuadra que con su propio rugido atemoriza a sus enemigos.
Los números no nos favorecen, como casi siempre pasa en la vida, pero en buena medida dependemos de nosotros mismos. Versionemos al peor enemigo de Rajoy y digamos bien alto: “quién eres tú para decirme a mí, si puedo seguir soñando o no”. Pues eso.
Artítulo escrito por @_TotallyMad
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